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¿Tenemos motivos para ser optimistas?

¿Tenemos motivos para ser optimistas?

Por Josep de Martí
jueves 22 de diciembre de 2016, 01:17h

Acabamos el año con una sensación bastante peculiar. Por un lado parece que el crecimiento económico y la paulatina creación de empleo nos ha devuelto algo de optimismo y vamos a tener unas fiestas en las que casi todo el mundo gastará más que el año pasado. Los salarios se incrementan poco, aunque más que la inflación, los bancos vuelven a prestar dinero y el precio de la vivienda vuelve a subir.

Los pesimistas verán en ello el germen de la nueva crisis ya que hemos salido de ésta sin arreglar los problemas de fondo, otros muchos pensarán que a ellos no les ha llegado la mejoría; pero la verdad es que palpando el ambiente se nota de que algo en la economía está cambiando a mejor.

Y aún así la sociedad vive con una sensación de que, en su conjunto, el mundo está empeorando. Ya sea por los recientes atentados que nos hacen sentir inseguros con el terrorismo a la puerta de casa; por el cambio climático y sus lluvias torrenciales; por el aumento de la desigualdad; por la victoria de Trump en Estados Unidos; por las imágenes de los refugiados temblando de frío y hambre...

Viendo cómo está todo y aprovechando que se acerca Navidad, quiero invitar a una reflexión que nos ayude a situar las cosas en su contexto y, aunque alguien pueda tacharme de iluso, me atrevo a quitar los interrogantes del título de este post y decir claramente que tenemos motivos para ser optimistas.

Y para hacerlo pido a todos un pequeño ejercicio mental. Pensemos en cualquier momento de las últimas ocho mil generaciones, que son las que nos separan del primer homo sapiens sapiens, e imaginemos que podemos trasladarnos hasta entonces y tener una conversación con aquél de nuestros antepasados adulto al que hayamos elegido.

Quitando las cuatro o cinco últimas generaciones, o sea los últimos ciento y pico años nos encontraríamos con alguien razonablemente satisfecho de no haber muerto en la infancia y razonablemente preocupado por la posibilidad de morir joven, posiblemente por alguna causa relacionada con el hambre, la enfermedad o la violencia.

Da igual que se lo preguntásemos a un rey o a un mendigo. Desde el inicio de los tiempos hasta antes de ayer en cualquier lugar del planeta, periódicamente se producían hambrunas producidas por cambios en el patrón de lluvias, enfermedades infecciosas que se convertían en pandemias y acababan con una parte de la población y continuos conflictos bélicos, que a su vez eran fuente o consecuencia del hambre y la enfermedad.

Allí donde había paz y la gente podía comer algo, la desnutrición afectaba a más de la mitad de la población; la falta de agua corriente y sistemas de evacuación de residuos producían una elevada tasa de mortalidad infantil y unos sistemas políticos basados en la disuasión violenta mediante castigos ejemplarizantes producían que la expectativa de vida, con pequeños altibajos, no superase los cincuenta años hasta hace menos de cien.

Mucho menos de doscientos años son los que han pasado desde que la inteligencia humana en países en los que no se castigaba el pensamiento crítico empezó a generar avances acumulativos que permitieron entender el funcionamiento de la naturaleza y ponerlo al servicio de la humanidad.

En ese tiempo hemos sido capaces como especie de aumentar nuestra expectativa de vida hasta puntos que no se podían ni soñar. Gracias a eso hemos casi erradicado a nivel mundial la mortalidad infantil y el hambre (allí donde son un problema ahora no los produce la naturaleza sino los gobiernos autoritarios y/o corruptos), hemos entendido como actúan las enfermedades infecciosas y, gracias al suministro de agua potable, la creación de sistemas de evacuación de residuos, la vacunación masiva y avances en la medicina, hemos hecho desaparecer afecciones mortales como la viruela y controlado la mayoría de enfermedades infecciosas.

Hemos cambiado la forma de producir alimentos de forma que el mismo espacio cultivable produce mucho más que antaño de forma que el miedo a morir de hambre se ha reducido a nivel mundial hasta un punto que hace poco hubiera sido impensable,

El cambio ha sido tan espectacular que la mortalidad infantil que había en Europa en el siglo XVII era más elevada que la que se produce en la actualidad en las partes más pobres de África.

A los que les parezca intolerable la desigualdad económica de la actualidad les pediría como reflexión navideña que la comparen con la esclavitud, legal en Europa hasta el siglo XIX y en algunos pocos países hasta finales del XX; la servidumbre impuesta y prisión por deudas, el sistema de castas vigente hasta casi la actualidad en una parte de Asia o la segregación en el Sur de Estados Unidos o el Apartheid en Suráfrica. Si lo vemos así convendremos que desde una perspectiva global existe menos desigualdad ahora que hace unos años aunque la desigualdad económica dentro de los países occidentales haya crecido. Si una mujer de hoy pregunta a su madre cómo era su estatus jurídico hace cincuenta años verá también que, a pesar de que sigue habiendo trabajo que hacer, hemos avanzado.

Durante años, siglos y milenios la humanidad buscó algo o alguien sobrenatural que le ayudase a transitar el mar de lágrimas en el que le había tocado vivir. Cuando, a partir de la ilustración y sobre todo la revolución industrial la humanidad decidió intentar arreglar los problemas con su propios medios y capacidad de generar, compartir y multiplicar el conocimiento, consiguió bastante de lo que había estado rogando tanto tiempo.

Hoy en todo el mundo está bajando la tasa de mortalidad producida por el hambre y las víctimas producidas por las guerras.

Pero para darnos cuenta de que eso es así debemos hacer el esfuerzo de ver la situación en perspectiva. No centrarnos en cómo es hoy la situación sino en cómo es en relación a hace 20, 25 o 50 años.

Si lo hacemos veremos que en ese tiempo miles de millones de personas en el mundo han salido de la pobreza extrema (sólo en China, varios cientos), la expectativa de vida ha aumentado en todo el mundo (sí, incluso en países subdesarrollados), hemos sido capaces de controlar lo que hace sólo un tiempo hubieran sido pandemias (gripe aviar, ébola) y hemos visto disminuir el número de personas fallecidas en conflictos bélicos.

Todo lo que digo está recogido en estudios y estadísticas oficiales (a quien quiera adentrarse le recomiendo este libro donde se recogen muchos de estos datos)

Es cierto que todavía hay guerras, que muere gente de hambre en el mundo, que hay un serio problema de refugiados, que existe desigualdad y que en el proceso de progresar hemos comprometido el medio ambiente. Lo que defiendo es que si vemos las cosas en perspectiva tenemos motivos para el optimismo y para afrontar esos problemas.

En 1952 en Londres murieron 4.000 personas en cinco días por un súbito aumento de la contaminación en lo que fue conocido “La Gran Niebla” ¿Alguien se acuerda?. Hace cincuenta y cinco años mis padres y todos los que en los años 60 tenían uso de razón, pasaron unas semanas muy tensas cuando no se sabía si Estados Unidos y la Unión Soviética empezarían una guerra de aniquilación total a raíz de la crisis de los misiles de Cuba. ¿Quién se acuerda de eso?.

Si ponemos los problemas actuales en perspectiva vemos que siempre ha habido motivos para la preocupación pero que, hemos sido capaces de afrontar las causas de esa preocupación y, con altibajos, en el último siglo y medio hemos prosperado como habitantes del planeta.

¿Somos más felices?

Esa es una pregunta con una respuesta muy subjetiva. Yo creo, intentando ser objetivo, que sí.

Siendo un poco simplista creo que la mayoría de personas de más de 70 años que no estarían vivas en cualquier otro momento de la historia; la mayoría de nosotros que hubiéramos muerto en un parto difícil o de alguna enfermedad, somos más felices ahora, a pesar de todos los problemas, que si estuviésemos muertos.

Todo aquél que lleve gafas, un audífono, se inyecte insulina o sufra alguna enfermedad crónica para la que se medique, también tiene más números de tener algo parecido a la felicidad que si no dispusiese de esa “ayuda surgida del genio humano”.

Si pensamos que hoy un terrícola tiene más probabilidades de matarse a sí mismo suicidándose que morir como consecuencia de una guerra, que es más posible que un occidental muera por enfermedades causadas por comer demasiado que por un ataque terrorista, o que la generación actual tiene muchas más posibilidades de sufrir alzheimer durante su vida que de haber muerto durante el parto encontraríamos algunas formas un poco retorcidas de ser optimistas.

Sé que son reflexiones para pasar el rato ya que, seamos optimistas o pesimistas tenemos que afrontar la cuestión de las pensiones; el cambio climático, el aumento de la desigualdad, la atención a los refugiados o tantos otros problemas.

Lo que intento transmitir es que el problema más terrible se puede afrontar desde la incertidumbre o desde el convencimiento de que conseguiremos resolverlo porque nuestros antepasados, a los que llevamos dentro, consiguieron vencer obstáculos tan grandes como éste en el pasado, utilizando únicamente algo que compartimos con ellos: la inteligencia, el pensamiento crítico y la capacidad de aprender de los errores.

Si podemos hacerlo con una sonrisa en los labios, ¿por qué no?

Feliz Navidad.
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